En España se denuncian una media de tres violaciones diarias, una
cada ocho horas. Aunque los 1.161 casos registrados en 2011 suponen un
ligero retroceso del 16% respecto a los denunciados hace cinco años, las
agresiones se mantienen estables con ligeras variaciones, lo que indica
que se mantienen las condiciones que hacen posible esta forma de
violencia contra las mujeres que bebe de la misma cultura de signo
machista que la violencia de género. En realidad, las estadísticas
judiciales reflejan una parte del problema. Los expertos estiman que
solo se denuncian aproximadamente la mitad de las agresiones que se
producen. Una encuesta realizada en Cataluña en 2010 reveló que el 2,9% de las mujeres decía haber sido violada en algún momento de su vida.
Algunas de las violaciones se producen en el contexto de relaciones previas de la víctima, bien en el entorno familiar o el laboral, y muchas veces quedan impunes porque las agredidas no se atreven a denunciar o a afrontar las consecuencias. A la secuela de estrés postraumático, fobias, ansiedad y depresión que sucede a la violación, se suma la angustia que supone el proceso penal. Si bien es cierto que los dispositivos policiales y judiciales han cortado la tendencia que se inclinaba a culpabilizar a las mujeres de su propia desgracia, los trámites de identificación, acusación y juicio oral son siempre dolorosos porque obligan a revivir una experiencia humillante y traumática. Por eso es importante revisar y reforzar las medidas encaminadas a acompañar a las víctimas para reducir en lo posible los efectos negativos de la victimización y aumentar al tiempo la confianza en el sistema, de modo que no queden violaciones impunes porque no se denuncian.
Últimamente se ha detectado un incremento del uso de drogas que inhiben la voluntad. Se trata de sustancias que los agresores ponen en la bebida sin que la víctima lo advierta. Entre un 10% y un 20% de las violaciones son perpetradas con la ayuda de estas sustancias, según estudios realizados en Francia e Inglaterra. Es urgente emprender campañas de información y prevención, especialmente entre las adolescentes, para que eviten situaciones de riesgo. Y también para que identifiquen los perfiles de esas conductas maltratadoras e impositivas antes de que sea demasiado tarde.
Algunas de las violaciones se producen en el contexto de relaciones previas de la víctima, bien en el entorno familiar o el laboral, y muchas veces quedan impunes porque las agredidas no se atreven a denunciar o a afrontar las consecuencias. A la secuela de estrés postraumático, fobias, ansiedad y depresión que sucede a la violación, se suma la angustia que supone el proceso penal. Si bien es cierto que los dispositivos policiales y judiciales han cortado la tendencia que se inclinaba a culpabilizar a las mujeres de su propia desgracia, los trámites de identificación, acusación y juicio oral son siempre dolorosos porque obligan a revivir una experiencia humillante y traumática. Por eso es importante revisar y reforzar las medidas encaminadas a acompañar a las víctimas para reducir en lo posible los efectos negativos de la victimización y aumentar al tiempo la confianza en el sistema, de modo que no queden violaciones impunes porque no se denuncian.
Últimamente se ha detectado un incremento del uso de drogas que inhiben la voluntad. Se trata de sustancias que los agresores ponen en la bebida sin que la víctima lo advierta. Entre un 10% y un 20% de las violaciones son perpetradas con la ayuda de estas sustancias, según estudios realizados en Francia e Inglaterra. Es urgente emprender campañas de información y prevención, especialmente entre las adolescentes, para que eviten situaciones de riesgo. Y también para que identifiquen los perfiles de esas conductas maltratadoras e impositivas antes de que sea demasiado tarde.
0 comentarios:
Publicar un comentario